Participación Ciudadana


Clientes o Ciudadanos

Se manifiesta una pasividad, apatía, congelamiento, desinterés, recelo, de parte de la ciudadanía frente a los asuntos políticos democráticos e inclusive sobre sus propios derechos. Este fenómeno que para algunos partidos es de aprovechar y para el contrario es de lamentar, tiene sus raíces en la falta de libertad de enseñanza.

Por eso es regla elemental de una verdadera democracia el respeto a la libertad de pensamiento filosófico, científico y cultural y, con ella, la libertad de comunicación, de palabra. Si el Estado se convierte en el sujeto de la cultura y en sus manos está el medio de su transmisión, que es la enseñanza, no es posible el hombre libre. Para construir una sociedad verdaderamente libre es indispensable que la ciencia y la cultura estén en manos de la propia sociedad. Esto es lo que, en su radicalidad, quieren decir las libertades sobre el pensamiento filosófico, científico y cultural, la libertad de las conciencias y la libertad religiosa.

Para que haya democracia tiene que haber civismo y ciudadanos conscientes. Los ciudadanos no se pueden convertir en simples clientes de la administración pública. Cuando la política es puramente administración pública, los ciudadanos se convierten en clientes y pierden la corresponsabilidad de sentirse miembros activos de la sociedad. Esa discriminación quizás inconsciente de los partidos políticos hacia sus electores es donde radica la actitud desinteresada del ciudadano frente a su ideario político y social que le envuelve. En este caso, el sentido del trabajo deja de ser una contribución social y se transforma en algo que se da a cambio de un sueldo a final de mes. La cultura, que es un elemento de civismo y de ciudadanía fundamental, se convierte en momentos de ocio para hacer pasar ratos tan entretenidos como sea posible. La familia, que es la proyección de nuestra intimidad a la sociedad, se convierte sólo en el reducto de nuestra intimidad, que nos permite vivir tranquilos en nuestra casa.

Cuando la democracia se transforma en una cuestión formal, es decir se basa sólo en la maquinaria para ir a votar cada cuatro años, y no es la complicidad activa de la ciudadanía hacia el poder público, entonces el ciudadano es cada vez más un cliente, una persona que tiene miedo de todo y que se cierra en su propia intimidad.

Cuando el ciudadano esta apático, aturdido por los problemas diarios esto dificulta encontrar un sentido de ciudadanía; el civismo es entonces puramente pasivo –se reclaman derechos y se olvidan los deberes– y toda la política que proviene de esta realidad sociológica nos lleva a ser cada vez más clientes y menos ciudadanos. Si somos clientes, exigiremos al político que dé buenos servicios, pero no que haga propuestas de convivencia humana cada vez más potentes y más enraizadas en la capacidad creativa. De esta forma, la política será un poder cada vez más descarnado.

La libertad de enseñanza es pues el sistema de ideas, cultura, idiosincrasia, ciencia, y moralidad que le pertenece a la persona no al Estado., por consiguiente en una sociedad verdaderamente libre se requiere que estos sean asumidas por los ciudadanos y no por el Estado, y así pues ellos serán los agentes de la enseñanza y no el gobierno.

Es tarea ardua la que tienen la misma sociedad en autoformarse en democracia, y exigir de sus partidos que sean facilitadores de la enseñanza democrática. Una sociedad más educada en democracia garantiza menos clientes y mayores ciudadanos.

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